Arturo Pérez Tapia tiene hoy 39 años, y hasta los 25 llevaba una vida
completamente normal hasta que comenzó con dolores que costó más de un año en
encontrar la patología.
Nacido y criado en Lontué, en la Región del Maule, Arturo está enamorado
de su zona. “Nacido y criado aquí, y espero morir en este lugar también”,
asegura.
Y el gusto por la zona se dio en que en sus primeros 25 años de vida,
Arturo siempre fue muy deportista. “Andaba en bicicleta, hacía pesas, jugaba
fútbol, trotaba, me encantaban los deportes al aire libre, los deportes
extremos, subir los cerros de esta zona; en fin, muy deportista”, asegura.
Comienzan las molestias
Sin embargo, a pesar de la vida sana que siempre llevó, algo le pasó
cuando tenía un cuarto de siglo de vida. “Todo partió con una inflamación en el
tobillo, el dedo índice del pie después, y al poco andar ya no podía caminar;
me movía con muletas o gracias a una silla de ruedas”, cuenta.
Y no fue fácil dar con el diagnóstico. Arturo fue a urgencias del
Hospital de Curicó, a la Mutual, iriólogos y todos le daban antiinflamatorios.
“Incluso fui donde un curandero, porque quería agotar todas las posibilidades,
y nada”, asegura.
Y así estuvo durante un año: Arturo sin poder caminar, con mucho dolor.
“Ya ni siquiera podía pararme de la cama para ir al baño, todo era muy
complicado por el dolor”, recuerda el lontuenino.
Después de tanto buscar respuesta, Arturo ya con un año sin poder seguir
su vida de deportista, ya estaba a poco de perder la esperanza. “La esperanza
me volvió cuando un Kinesiólogo de Curicó me recomendó ir donde el doctor
Luciano Villanueva, un Reumatólogo que atendía en Santiago”, comenta.
Diagnóstico
Sin pensarlo dos veces, Arturo viajó los más de 200
kilómetros que separan a su amado Lontué de la capital. “En la zona no había
reumatólogos, y si me daban este dato había que viajar como fuera”, asegura el
afectado.
Al llegar a Santiago, el doctor Villanueva le hizo una serie de
exámenes, y en un par de horas dio con el diagnóstico que durante un año no le
habían podido dar: Espondilitis Anquilosante.
“Por fin tengo el diagnóstico, pensé”, cuenta Arturo. “Ahora, el remedio
y vuelvo a vivir”, agrega.
Pero no era tan fácil. Lo que no sabía aún Arturo es que la Espondilitis
Anquilosante es una enfermedad autoinmune, degenerativa, sin cura, por lo que
los medicamentos sólo le servían para mantenerlo sin dolor y sin que la
enfermedad avance tan rápido, mejorando la calidad de vida.
“Estuve tres años bien”, asegura Arturo, quien a esas alturas consumía
diversos medicamentos, gastando más de $200 mil pesos mensuales. “Tomaba ya ni
me acuerdo qué cantidad de remedio, que si bien me solucionaban el tema del dolor,
me hacían daño al estómago y económicamente hablando se me hacía cada vez más
difícil sostenerlo”, recuerda.
Luego de tres años de tratamiento, ya los medicamentos no le estaban
haciendo efecto. Con 30 años, un matrimonio y dos hijas, al lontuenino le
hicieron cambio de medicamentos, cuadriplicando el valor. “$800 mil pesos
mensuales me costaba el nuevo tratamiento, algo imposible de pagar para mí”,
cuenta.
Búsqueda de alivio
Fue en ese momento cuando el oriundo de la Región del Maule comienza la
búsqueda de una alternativa. “Estaba sin plata, y sin plata desaparecieron los
amigos y muchas cosas, entonces había que ver qué hacer”, asegura.
En ese momento, le comentaron que el cannabis podía aliviar los dolores.
“Un par de veces, de adolescente, había fumado cannabis, pero no era algo
habitual, y decidí probar”, confiesa.
Arturo un día fumó cannabis y sintió un cambio. “Fue un efecto
inmediato, se me fue el dolor, me sentí mucho mejor, e incluso se me olvidó la
depresión que tenía producto de esta enfermedad”, comenta.
Fue así que siguió fumando cannabis, pero Arturo buscó otra manera de
medicarse. “Llegué a ver en Internet y vi cómo fabricar leche de cannabis, por
lo que me animé, y me sirvió mucho”, asegura. “Estuve un mes completo tomando
leche y el primer día que la probé dormí espectacular, nunca había dormido tan
bien”, agrega.
Al tiempo, y Arturo convencido que el cannabis era una buena alternativa
para sus dolencias, conoció Fundación Daya. En el año 2014 conoce a Ana María
Gazmuri y a Nicolás Dormal, Directora Ejecutiva y Director de Desarrollo de
Fundación Daya, respectivamente.
“Ana María y Nicolás vinieron a Molina y yo conté mi testimonio”,
comenta.
A esas alturas, Arturo ya estaba armando la Fundación Espondilitis, cuyo
fin era mostrar los beneficios del cannabis en el tratamiento de la patología.
Al poco tiempo de conocer a los co-fundadores de Fundación Daya, se
enteró que Andrea Acevedo, de Mamá West, impartió un curso de preparaciones
medicinales en Teno, también en la Región del Maule. “Fue gracias a Andrea que
aprendí a preparar aceite de cannabis, y con eso tenía una nueva alternativa
aparte de fumar o consumir en leche”, asegura Arturo.
Arturo hoy
Hasta hoy, Arturo consume leche a diario para dormir, y también aceite
de cannabis en las mañanas y en las tardes. “Se me quita el dolor y puedo hacer
una vida normal”, sostiene. "Siempre agradezco a Daya y Andrea por
enseñarme este camino" agrega.
Y con decir “vida normal”, Arturo no exagera. “Volví a andar en bici, a
subir cerros, a hacer todo tipo de deportes”, asegura. “Y lo mejor es que de
decirme que debía desembolsar $800 mil pesos mensuales para mi tratamiento,
ahora no gasto más que $1.000 pesos mensuales, ya que sólo en caso de crisis
compro prednisona, que es muy barata”, agrega.
Ahora, Arturo mantiene su autocultivo de cannabis y tiene un stock de 2
o 3 plantas.
Por supuesto que el cambio no fue fácil para la familia. “Tener dos
hijas y una señora, con el estigma que genera el cannabis y ver que su marido y
su padre la usa, por supuesto que impacta”, indica.
Sin embargo, el impacto duró poco tiempo. “Vieron que de no poder
pararme ni al baño, a poder caminar y sonreír, y supieron que yo estaba mejor”,
sostiene.
Tal como se mencionó, Arturo formó la Fundación Espondilitis, para darle
aliento a otras personas con la enfermedad a salir adelante. “Cuando fui al
taller de Teno y vi madres con niños con epilepsia refractaria y teniendo tanta
esperanza en el cannabis y la mejora de sus hijos, sentí que debía hacer lo
mismo; si a mí me ayudó, por qué no mostrar al resto”, puntualiza.
¿Qué le dirías a la gente que no cree en el Cannabis Medicinal?
Simplemente les diría que si ellos se dan la oportunidad de probar todos
los tipos de fármacos que entrega la medicina tradicional, que también se
animen a probar este tipo de medicina, mucho más natural, mucho mejor y mucho
más barata. Hay que eliminar el tabú que genera el cannabis.
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