En enero, se inicia el año con todos esos deseos de una mejor vida, con anhelos pendientes y con ganas de realizar todo aquello que la vida nos niega. A medida que éste va avanzando, se vuelve algo rutinario, monótono y predecible. Es en marzo donde recordamos los gastos incómodos, esos que nos sitúan en una angustiante economía dependiente de la amiga tarjeta de crédito, y que más tarde, cuando llegamos a mitad del año, nos hacen preguntar: “¿Es vertiginoso el paso del tiempo?”
Para contestar la pregunta, tendríamos que analizar qué tan apropiada es la palabra vertiginoso. Sin duda lo es: estamos viviendo el día a día, aparentemente, sin darnos cuenta de lo valioso que es disfrutar de cada segundo de esta vida sometida, marcada por determinaciones de terceros, personas que nos controlan, que ejercen presión en la toma de decisiones y que condicionan nuestro pensamiento.
Si eres soltero, te preguntan cuándo pololeas. Si estás en pareja, cuándo te casas. Si por fin te casas, cuándo tienes hijos. Y si tienes hijos, cuándo tienes otro. Tal nivel de presión se va transmitiendo en una cadena interminable de cuestionamientos que se generan desde que eres un bebe: ¿Cuándo camina? ¿Cuándo habla? ¿Cuándo lee? ¿Cuándo deja el pañal? Éstas Interrogantes nos van dejando, siempre, esa sensación de que estamos en deuda.
La deuda existe, pero con nosotros. Con querernos y dejarnos querer, con aprovechar el tiempo en sumar experiencias que llenen nuestro espíritu y nutran nuestra alma. Durante los 365 días del año vivimos sometidos bajo normas dictadas por la sociedad del consumo, del tipo “el que tiene más es mejor”, “el que habla mal del otro tiene prensa”, o con noticieros que solo nos muestran lo infelices que somos y todo lo que nos falta por mejorar, sin una luz de esperanza, en donde nos someten casi dos horas a ver los trecientos asaltos que ocurren en Santiago día a día.
Ya de vuelta de vacaciones parecemos personas infelices con la vida que tenemos. Porque carecemos de la capacidad de valorar los tiempos en los que el destino nos da alegrías, siendo reprimidos por un sistema que nos consume y que sitúa a la familia en segundo plano, olvidado, donde cada uno toma once en su habitación, donde se evita hacer sobremesa el fin de semana para escuchar las historias del abuelo, historias que se pierden en la tremenda enseñanza que él nos deja, en lo adictivo que se vuelve usar el teléfono “inteligente”, que nos idiotiza y sólo nos muestra la sociedad individualista en la que nos convertimos cada día, donde el mejor videojuego le quita el llanto o el berrinche a un hijo. Nos perdemos esa conversación rica, en la que se enseñaba a disfrutar la brisa, sentir el sonido de los pájaros o simplemente hacer una pausa a la rutina agobiante que nos obliga a pensar siempre en el fin de semana o en las vacaciones como alternativa de escape a la realidad.
La vida es corta, los hijos crecen, los abuelos se van. El mensaje es uno sólo: evitar que el tiempo pase por ti. Eres tú el que debe pasar por el tiempo. No te arrepientas hoy de lo que no hiciste ayer. Quejarse de todo o evadir la realidad debiera dejar de ser la constante.
Ya estamos a mitad de año. Admira el paso del tiempo como una etapa que enriquece el alma, no como una obligación, de modo que sólo extrañemos aquellos momentos que transformaron la realidad. Atrévete a hacer lo que sueñas. No te veas obligado a hacer lo que dicen los demás. Conoce gente mayor, escucha su historia y enriquece tu vida a base de testimonios.
El trance de vivir nos debe llevar, al final del camino, a responder una simple pregunta: ¿Viví? Y la respuesta a ésa pregunta debe marcar, hermosamente, la justificación de tu existencia.
José Manuel Rodríguez Moraga
Profesor General Básico 30 años.
Coordinador Agrupación Un Profesor en Casa Curicó.
Ex Candidato a Consejero Regional por Curicó de Frente Amplio.
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