El Festival de Viña del Mar olvidó por un día su alma
latina para hacer espacio a la elegancia del británico Morrissey que, en un
sobrio concierto, sacó a relucir su maestría como figura indiscutible del pop
más elaborado de los años ochenta.
Con la pesada etiqueta de estrella anglo invitada del
certamen, el ex líder de la desaparecida banda “The Smiths” ofreció una
actuación de una hora y media en la que no permitió que la organización del
certamen le entregara los habituales premios, algo que sorprendió a las 15.000
almas que llenaron la Quinta Vergara.
Además de repasar sus más de 20 años de carrera en
solitario, recuperó del baúl de los recuerdos algunos de los temas de la banda
con la que saltó a la fama.
Patrick Steffan Morryssey se mostró, no obstante,
cariñoso con un auditorio que aprendió la lección y sabía de antemano que no
iba a escuchar las composiciones comerciales y bailables de las dos últimas
jornadas, en las que reinaron los ritmos comerciales de Luis Miguel y Marc
Anthony.
La tercera jornada del certamen empezó a las 22:00 hora
local con el chileno Daniel Muñoz, especialista en la cueca brava, al que le
siguió la actuación del cantante italiano Salvatore Adamo.
Ambos artistas desfilaron por el escenario de la Quinta
Vergara no sin polémica, pues el primero ofreció un espectáculo de menos de
media hora que, a juicio de los numerosos silbidos del “monstruo”, fue
demasiado corto, mientras que a Adamo le falló el micrófono en la canción con
la que abrió su concierto.
Acompañado por la banda folclórica “3 x 7 veintiuna”,
Muñoz ofreció una actuación que, a causa de las exigencias de la organización,
tan sólo duró media hora.
Pese a esta limitación, tuvo tiempo de acordarse de los
habitantes de la región de Aysén, que en la última semana han elevado el tono
de sus protestas para mostrar su disconformidad ante el aislamiento que sufre
la zona.
A continuación, con más tiempo para rememorar sus más de
40 años de carrera, saltó a la palestra Adamo, quien a sus 71 años aguantó en
el escenario más de una hora y media para repasar desde sus baladas más
románticas hasta sus temas más desenfadados.
El plato principal de la noche se sirvió por exigencia
del chef a las 00.45 hora local, mucho antes de lo que habían planificado los
organizadores, por lo que se tuvo que suspender la actuación del concurso
folclórico.
Este incidente auguraba una actuación llena de
excentricidades, pero las previsiones iniciales no se cumplieron, y una vez que
saltó al escenario, Morrissey disipó fantasmas y, en los compases iniciales,
encandiló a la Quinta.
El inicio fue musicalmente prometedor, y con “First of
the gang to die” y “You’re the one for me” hizo rugir y saltar buena parte del
auditorio.
Por si eso no fuera suficiente, continúo, enérgico, con
el himno de su antiguo grupo “There’s a light that never goes out”, tema con el
que sintió el aliento de sus fans acercándose a las primeras filas del
auditorio y abrazándose con algunos privilegiados.
Con “Everyday is like sunday” puso el punto a una primera
parte en la que quemó demasiado pronto sus éxitos más conocidos.
Después de las ganas iniciales, rebajó los decibelios y
repasó alguna de sus composiciones más melancólicas como “Let me kiss you”,
tema con el que terminó sacándose la camisa, ante la estupefacción de su
seguidoras que dejaron escapar los primeros y últimos vítores histéricos de la
noche.
“Nobody love us” y la alegoría a la dieta vegana “Meat is
murder” precedieron el “How Soon is now”, tema con el que dio por terminada la
velada, sin ofrecer ninguna canción extra, un hecho que dejó con mal sabor de
boca a un público que esperaba algo más de una de las estrellas del festival.
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